Cada día que pasa se hace más patente la necesidad de
una regeneración política. Y decimos regeneración, rotunda y claramente; sin
ningún tipo de paños calientes para aliviar los dolores articulares que la clase
política actual está causando al sistema democrático en España. Se está
volviendo necesario, y además algo que apremia, el despido de los políticos al
uso ya que no se representan nada más que a ellos mismos y a los que
subvencionan, con nuestro dinero, sus tropelías.
El sistema electoral está viciado y requiere una cirugía
a fondo, muy a fondo, para que de verdad se refleje la voluntad popular que se
expresa en las urnas. La Ley D ’ont no
sólo comete injusticias, sino que se ha revelado como testaferro legalista del
poder real: el poder financiero. Es imprescindible que los porcentajes de voto
se reflejen en escaños sin premios que tan sólo benefician intereses
mayoritarios que se adocenan con suma docilidad a los intereses de “los
mercados”.
Si no se quiere que siga creciendo el desencanto de los
ciudadanos que actualmente amenaza con colapsar la realidad de cualquier
democracia que se precie, hay que acometer cambios en la ley electoral. Y lo
repetimos, cambios muy, muy profundos; cambios que impliquen, como decimos, el
reflejo de la voluntad ciudadana.
Y la necesidad de esta cirugía democrática urgente se
apoya también en la decepción e indignación de los ciudadanos por la respuesta
de la clase política ante los numerosos, muy numerosos desgraciadamente, casos
de corruptelas. No vamos a enumerarlos, ni tan siquiera vamos a mencionar aquí
las siglas de los partidos políticos y personajes implicados, que por otra
parte están muy presentes en la memoria de los habitantes de este país; el
problema es que no se hace nada para erradicar el cáncer que amenaza con
dinamitar la democracia.
Tampoco vamos a reflejar la realidad, que no sensación,
de falta de libertades, de aplastamientos de derechos sociales, laborales,
económicos, etc. a que nos están sometiendo consecutivamente los ejecutivos que
se suceden en el tiempo y, supuestamente, en el gobierno de la “res publica”.
Por ello, cada vez es más grande la distancia entre clase política y pueblo. La
impresión de la ciudadanía es que los políticos tan sólo miran por los
intereses de los poderosos, y por los suyos propios naturalmente, por los
intereses de la casta política. Nuestros políticos parece que han olvidado que
existen votantes durante el resto del tiempo que no es campaña electoral.
Nos da la impresión que la única solución que nos va a
quedar es mandar a la nevera a los actuales profesionales de los escaños para
que se den cuanta de que esos puestos deben ser ocupados por representantes
reales del pueblo. Así que, ¡a la tarea!.
Nino
Granadero
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