Se dice que la virtud está en el
término medio y quizá haya algo de verdad en esa afirmación que a los
despropósitos empleamos.
Y no es que sea un despropósito
el que en estos días todos los españoles estemos ensalzando la figura y el
trabajo de un hombre que prestó sus servicios a este País con absoluta entrega
y su afán de culminar sus deseos de ser presidente de todos los españoles. Es
cierto que no se le conoce que “trincara”, lo mismo que también lo es que fue
honesto hasta para renunciar a su cargo cuando se podría haber, posiblemente,
eternizado en el mismo.
El teatro de la política, como el
de la vida misma por estar formado por humanos, se mueve entre bambalinas para
luego salir, los actores, a representar el papel que ha de hacer en la obra, y
los otros, los secundarios, los de atrezo, los representantes, los empresarios,
se quedan entre ellas para mover todo el espectáculo, lógicamente acompañados
por los espectadores, que esperan lo mejor de la obra. Mientras que todos los
primeros se deben y trabajan para la obra representada y cobran por ello, los últimos,
los espectadores, tienen que pasar por taquilla para que el ciclo sea completo
.
Cierto es que todo muerto después
de que lo es, siempre es bueno y con las mejores cualidades, y así lo
manifestamos a los cuatro vientos aunque vivo, el finado, haya sido una mala
persona. No es que este sea el caso, pero ensalzamos hasta lo infinito e
impensable a las personas muertas aunque hayan sido lo peor de lo peor.
Y es aquí donde se manifiesta la
maldad del hombre en la hipocresía desmedida con toda su intensidad y crueldad
en la máscara de la vida para representar a la más vil obra teatral de las
alabanzas de los personajes de las bambalinas.
En estos días, cuando todavía se
guarda el luto, se habla de sus muertes
y abandonos de aquellos que se suponían amigos, empezando por aquel al que le dio
y prestó lealtad infinita y que en esa muerte perdida en los tiempos, recogida
en una imagen con el brazo echado por encima del hombre y de espalda, le dijo
al que se le presumía amigo, (creo que en un acto de conciencia y cordura), pero…
¿y tú quien eres, gilipollas?
El actor principal de esta obra
trágica, (el presidente Suárez) representó su papel extraordinariamente bien en sus muertes, deseadas por los entre
bambalinas, olvidadas por el propio actor y aplaudidas por el patio de butacas
cuando el telón se echó abajo, como reconocimiento a su buen hacer.
Las imágenes marcan. Todos
tirados por los suelos, como ratas, salvo tres. Él sentado y sin perder la
compostura, aguantó la afrenta de unos innombrables. No se doblegó porque era y
se sentía presidente de su pueblo, según confesó luego más tarde.
Los suyos, sus colaboradores, sus
amigos, le traicionaron y le abandonaron y entonces vinieron sus muertes y sus
olvidos para irse en silencio con las alabanzas de la hipocresía de ellos y el
aplauso de los espectadores.
Simón candón 27/03/2014
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