Nos ha
salido rana el niño progre de la derecha. Desde que lo colocaron de Ministro de
Justicia, don Alberto no deja de darnos disgustos. Y mira que le habíamos dado
margen de confianza y de credibilidad. Era, antes de ser ministro, el político
que más esperanzas y confianza generaba entre los votantes conservadores.
Algunos, que nunca hemos votado la opción de la derecha, de todas formas decíamos
como el refrán: “Aunque la mona se vista de seda…”.
Esa
imagen, muy bien cuidada por cierto, de niño aplicado, de chico moderno y
liberal, a pesar de la gomina, aunque a nadie se le escapaba su cercanía a conductas
y doctrinas religiosas conservadoras, muy conservadoras, inspiradas en las
enseñanzas de un santo proclamado, se sospecha, a base de dinerillo, hicieron
albergar falsas esperanzas de modernización de la derecha.
La gestión de don Alberto al frente del
Ayuntamiento de Madrid se puede resumir en una deuda mil millonaria (no
heredada, ¡ojo!) de la capital, el fracaso dos veces consecutivas para obtener
la celebración de los juegos olímpicos, lo que costó varios milloncejos a los
españoles (que no a los madrileños), y algún que otro episodio más que debieron
valer como “meritos” para situarlo en la carrera hacia un ministerio.
Ya
instalado en el Ministerio comenzó a promocionar leyes “progres” de acuerdo con
su verdadera ideología, que en nada tiene que ver con la imagen que muchos
medios de comunicación se encargaron de propagar de Gallardón. Leyes tales como
la de tasas que deja indefensa a la gran mayoría de los ciudadanos, la Ley del
aborto (super recortado) que hace retroceder dos décadas al menos los derechos
conseguidos por las mujeres y otras actuaciones “dignas de mención”, nos están
dando la verdadera dimensión de este personaje: un embaucador que con sus
movimientos de “trailero” (en términos políticos) ha conseguido engañar a mucha
gente que, cautamente, confió en la derecha para depositar la papeleta de voto
en las últimas elecciones generales.
Nos
queda, por no alargar mucho el tema, una cuestión en la que también destaca la
labor de don Alberto Ruiz Gallardón: su faceta como indultador nato. Y es que
pare eso hay que valer, tener una cualidad cuasi genética para el indulto.
Sobre todo para determinados indultos. No es cuestión de pormenorizar y hacer
memoria de su gran actividad en el campo indultatorio (¡vale que sea el
palabro!). Los indultos como consecuencia de sentencias relacionadas con
Mallorca, con Castellón, conductores temerarios que producen muerte a personas
inocentes, etc., forman parte de la hoja de méritos de este ministro. Es lo que
podríamos denominar un indultador a troche y moche, sobre todo con sus amigos.
Por contra
se niega de forma contumaz a conceder el indulto, propiamente a tramitar el
expediente de indulto, a otros con sentencias cuyos fondos tienen un tufillo
marcadamente político. Sobran los ejemplos.
Y como
colofón a estas conductas indulgentes del Sr. Gallardón un caso que ha
levantado ampollas y que la prensa pesebrera se ha preocupado por acallar con
presteza: el indulto a un guardia civil (sus compañeros, la inmensa mayoría muy
honrados, estarán abochornados) que al parecer tiene debilidades por la dirección
cinematrográfica y se le ocurrió hacer sus pinitos dando muestras de su sentido
del “humor”, ante un acoso sexual a una chica. Por cierto que el guardia civil
indultado es hijo de un concejal del PP. ¡Claro que a lo mejor es una simple
coincidencia, no queremos ser malpensados!.
El
último episodio en el que se ve envuelto el nombre del Sr. Ruiz Gallardón es la
fuga de su hijo tras un accidente de tráfico. Según dicen las malas lenguas (se
publica en la prensa), parece que iba con alguna copita de más y el chico
prefirió no esperar ante la amenaza del test de alcoholemia. Parece que la
afición a las copitas es común entre los políticos de la derecha hispana.
No se
podía esperar otra cosa tras el lance protagonizado por la Sra. Aguirre (doña
Espe).
Nino
Granadero
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